lunes, 26 de junio de 2017

EL CAMPO QUE SOMOS


(Publicado por Tahíta)

Están surgiendo nuevas ideas que cuestionan todas nuestras creencias respecto a cómo funciona nuestro mundo y nuestra manera de definirnos a nosotros mismos. Se están haciendo descubrimientos que prueban lo que siempre ha dicho la religión: que los seres humanos somos mucho más que un simple ensamblaje de carne y huesos. Ésta nueva ciencia responde las preguntas que han tenido perplejos a los científicos durante cientos de años. En su aspecto más profundo, ésta es una ciencia de lo milagroso.
Respetados científicos de muy diversas disciplinas han llevado a cabo experimentos bien diseñados cuyos resultados dejan perplejos a los biólogos y a los físicos. En conjunto, estos estudios nos ofrecen abundante información respecto a la fuerza central que organiza y gobierna nuestros cuerpos y el resto del cosmos.
En nuestro aspecto más elemental, no somos una reacción química, sino una carga energética. Todos los seres vivos son una configuración energética dentro de un Campo de energía conectado con todas las demás cosas del mundo. Este campo de energía pulsante es el motor central de nuestro ser y de nuestra conciencia, el alfa y el omega de nuestra existencia.
No existe una relación dual «yo»/«no yo» entre nuestros cuerpos y el resto del universo, sólo hay un campo energético subyacente. Este campo es responsable de las funciones más elevadas de nuestra mente, y es la fuente de información que guía el crecimiento de nuestros cuerpos. Es nuestro cerebro, nuestro corazón, nuestra memoria: es en todo momento un anteproyecto del mundo. Más que los gérmenes o los genes, el Campo es la fuerza que determina finalmente si estamos sanos o enfermos, y es la fuerza con la que debemos contactar para curarnos.
Estamos vinculados e involucrados, somos inseparables de nuestro mundo y nuestra única verdad fundamental es nuestra relación con él.
“El campo”, como dijo Einstein en una ocasión, es la única realidad.
Hasta el presente, la biología y la física han sido sirvientas de los puntos de vista expuestos por Isaac Newton, el padre de la física moderna. Todo lo que creemos sobre nuestro mundo y el lugar que ocupamos dentro de él se deriva de ideas formuladas en el siglo XVII que presentan los elementos del universo como si fueran divisibles, como si estuvieran aislados unos de otros y completamente autocontenidos.
Dichas ideas han creado una visión del mundo basada en la separación. Newton describió un mundo material en el que las partículas individuales de materia seguían ciertas leyes de movimiento a través del espacio y del tiempo: pensó en el universo como si fuera una gran máquina. Antes de que Newton formulara sus leyes del movimiento, el filósofo francés Rene Descartes enunció la que en su tiempo era una noción revolucionaria, que nosotros ­representados por nuestras mentes­ estábamos separados de esta materia inerte y sin vida de nuestros cuerpos, que no eran sino otra máquina. El mundo estaba compuesto por una serie de pequeños objetos discretos que se comportaban previsiblemente.
El más separado de ellos era el ser humano. Nosotros estábamos fuera del universo y lo observábamos.
Hasta nuestros cuerpos estaban separados de algún modo y eran otra cosa distinta de nosotros mismos, las mentes conscientes que realizaban la observación.
El mundo newtoniano podía seguir ciertas leyes, pero en último término era un lugar solitario y desolado. El enorme engranaje del mundo seguiría adelante tanto si nosotros estábamos presentes como si no. Con unos cuantos movimientos hábiles, Newton y Descartes arrancaron a Dios y a la vida del mundo de la materia, y a nosotros y nuestras conciencias del centro de nuestro mundo.
Arrancaron el corazón y el alma del universo, dejando tras su paso una colección inerte de piezas interconectadas. Y, sobre todo, como dice Danah Zohar en TbeQuantum Self. : «La visión de Newton nos desgarró del tejido universal».
Nuestra autoimagen se hizo aún más tétrica con el trabajo de Charles Darwin. Su teoría de la evolución habla de una vida aleatoria, predadora, solitaria y carente de propósito. Sé el mejor o no sobrevivirás. No eres más que un accidente evolutivo. El vasto legado biológico de tus antepasados, complejo como un tablero de ajedrez, se ve reducido a un único factor central: la supervivencia. Come o sé comido. En esencia, la humanidad es un terrorista genético que se deshace eficazmente de los eslabones más débiles. La vida no tiene que ver con el compartir y la interdependencia, sino con ganar, con llegar el primero. Y si consigues sobrevivir, te encuentras solo en la copa del árbol evolutivo.
Estos paradigmas ­el mundo como máquina, el hombre como máquina superviviente­ nos han conducido a un dominio tecnológico del universo, pero sabemos muy pocas de las cosas realmente importantes para nosotros. A los niveles espirituales y metafísicos, nos han llevado a una sensación de aislamiento más desesperada y brutal. Y tampoco nos han acercado a la comprensión de los misterios más fundamentales de nuestro propio ser: cómo pensamos, cómo comienza la vida, por qué enfermamos, cómo una única célula acaba dando una persona plenamente formada y qué le pasa a nuestra conciencia humana cuando morimos.
Seguimos siendo apóstoles renuentes de estas visiones de un mundo mecánico y separado, aunque no formen parte de nuestra experiencia cotidiana. Muchos buscamos refugio de lo que consideramos los hechos más implacables y nihilistas de nuestra existencia en la religión, que puede ofrecernos algún auxilio en sus ideales de unidad, comunidad y propósito, pero a través de una visión del mundo que contradice la adoptada por la ciencia. Cualquiera que haya querido adentrarse en la vida espiritual habrá tenido que esforzarse infructuosamente por conciliar estas visiones opuestas del mundo.
Deberíamos habernos deshecho de este mundo de separación de una vez por todas con el descubrimiento de la física cuántica a comienzos del siglo XX. A medida que los pioneros de la física cuántica entraban en el corazón mismo de la materia, lo que veían los dejaba anonadados.Las partículas más pequeñas de la materia ni siquiera eran materia tal como la conocemos, ni siquiera un algo establecido, sino que a veces eran una cosa y otras veces otra completamente diferente.

Y lo que es aún más extraño, a menudo eran varias cosas diferentes a la vez. Pero lo más significativo de todo es que estas partículas subatómicas no tienen sentido aisladas unas de otras, tan sólo en relación con todo lo demás. Al nivel más fundamental, la materia no puede ser dividida en pequeñas unidades autocontenidas, sino que es completamente indivisible. Sólo podemos entender el universo como una trama de interconexiones. Las cosas que estuvieron alguna vez en contacto siguen estando en contacto a lo largo del espacio y del tiempo. Evidentemente, el tiempo y el espacio mismo parecen construcciones arbitrarias, inaplicables a este nivel de la realidad. De hecho,el tiempo y el espacio no existen tal como los conocemos. Todo lo que aparece­ hasta donde el ojo puede ver­ es el gran paisaje del aquí y ahora.
Los pioneros de la física cuántica tuvieron algunos atisbos del territorio metafísico en el que se estaban adentrando. Si los electrones están conectados simultáneamente con todo, esto implica algo profundo respecto a la naturaleza del mundo en general. En su intento de entender la verdad profunda del extraño mundo subatómico que estaban observando, se dirigieron a los textos filosóficos clásicos. Pauli estudió el psicoanálisis,los arquetipos y la cábala; Bohr el tao y la filosofía china; Schródinger la filosofía hindú, y Heisenberg las teorías platónicas de la antigua Grecia. No obstante, seguían sin llegar a una teoría coherente sobre las implicaciones espirituales de la física cuántica.
Había otro asunto inconcluso de orden muy práctico en torno a la teoría cuántica. Bohr y sus colegas sólo llegaron hasta cierto punto en sus experimentos y comprensión. Habían realizado sus experimentos para demostrar los efectos cuánticos en el laboratorio, con partículas subatómicas no vivientes. A partir de ahí, los científicos que siguieron su estela asumieron de manera natural que este extraño mundo cuántico sólo existía en el mundo de la materia muerta. Las cosas vivas seguían operando según las leyes de Newton y Descartes, una visión que ha informado a toda la medicina moderna y la biología. Hasta la bioquímica depende de las fuerzas y colisiones newtonianas.

¿Y qué pasa con nosotros? De repente, nos habíamos convertido en parte fundamental de todos los procesos físicos, pero nadie lo había reconocido plenamente. Los pioneros cuánticos descubrieron que nuestra relación con la materia era crucial. Las partículas subatómicas existían en un estado potencial abierto a todas las posibilidades hasta que nosotros las alterábamos ­al observarlas o medirlas­ y en ese momento se convertían,por fin, en algo real. Nuestra observación,­ nuestra conciencia humana­ era fundamental para que este flujo subatómico se convirtiera en una cosa fija, pero nosotros no estábamos incluidos en las fórmulas matemáticas de Heisenberg o Schródinger. Ellos se dieron cuenta de que, en cierto sentido, nosotros somos la clave, pero no sabían cómo incluirnos.
En lo tocante a la ciencia, seguíamos siendo observadores externos.
Todas estas hebras sueltas de la física cuántica nunca llegaron a atarse en una teoría coherente, y la física cuántica quedó reducida a una herramienta tecnológica extraordinariamente importante, vital para fabricar bombas e ingenios electrónicos modernos. Las implicaciones filosóficas se olvidaron, y sólo quedaron sus ventajas prácticas. El grueso de los físicos modernos estaba dispuesto a aceptar la curiosa naturaleza del mundo cuántico tal como había sido expuesta porque sus bases matemáticas funcionan a la perfección, pero se negaban a reconocer los aspectos intuitivos asociados.
¿Cómo podían los electrones estar en contacto con todas las cosas simultáneamente?
¿Cómo era posible que un electrón no fuera algo fijo y definido hasta ser examinado o medido?
En definitiva, ¿cómo podían las cosas del mundo ser algo concreto si eran una quimera en cuanto empezabas a mirarlas más de cerca?
Su respuesta fue afirmar que había una verdad para las cosas pequeñas y otra verdad para las grandes, una verdad para las cosas vivas y otras para las inertes, y que se debían aceptar estas aparentes contradicciones tal como se aceptan los axiomas básicos de las leyes de Newton. Así son las reglas del mundo y se deben aceptar sin cuestionamiento. Las matemáticas funcionan, y eso es todo lo que cuenta.
Un pequeño grupo de científicos de todos los confines del globo se sentían insatisfechos limitándose a recitar de memoria los axiomas de la física cuántica. Pedían una respuesta mejor a muchas de las grandes preguntas que habían quedado sin respuesta. Retomaron sus investigaciones y experimentos desde el punto al que habían llegado los pioneros dela física cuántica, y empezaron a cavar más hondo.
Algunos de ellos volvieron a interesarse por unas pocas ecuaciones que siempre habían sido sustraídas de la física cuántica. Estas ecuaciones representaban el Campo Punto Cero: un océano de vibraciones microscópicas en el espacio existente entre las cosas.


Y se dieron cuenta de que, si se incluía el Campo Punto Cero en nuestra concepción de la naturaleza fundamental de la materia, los cimientos mismos de nuestro universo eran un mar pulsante de energía: un vasto campo cuántico.
Si esto era cierto, todo estaba conectado con todo lo demás en una trama invisible.
También descubrieron que estamos hechos del mismo material básico. A nuestro nivel más fundamental, los seres vivos, incluyendo los humanos, somos paquetes de energía cuántica intercambiando información constantemente con este inextinguible mar de energía. Las cosas vivas emitimos una radiación débil, y éste es el aspecto más crucial de los procesos biológicos. La información respecto a todos los aspectos de la vida, desde la comunicación celular hasta la gran variedad de controles del ADN, se transfiere por medio de un intercambio de información a nivel cuántico. Incluso nuestras mentes, eso otro aparentemente tan alejado de las leyes de la materia, opera siguiendo procesos cuánticos. Pensar, sentir todas las funciones cognitivas superiores­ tienen que ver con información cuántica pulsando simultáneamente a través de nuestro cuerpo y nuestros cerebros. La percepción humana se produce por interacciones entre las partículas subatómicas de nuestros cerebros y el mar de energía cuántica. Literalmente resonamos con nuestro mundo.
Sus descubrimientos eran extraordinarios y heréticos. De un solo golpe cuestionaron muchas de las leyes más básicas de la biología y de la física. Lo que podrían haber encontrado era nada menos que la clave de todo el procesamiento e intercambio de información que se produce en nuestro mundo; desde la comunicación entre células hasta la percepción del mundo en general. Habían dado respuestas a algunas de las preguntas más profundas de la biología respecto a la morfología humana y a la conciencia de los seres vivos. Allí, en el denominado espacio «muerto», residía la clave de la vida misma.
Y lo que es más fundamental, nos proporcionaron pruebas de que todos nosotros estamos conectados unos con otros y con el mundo desde el fundamento mismo de nuestro ser. Por medio de experimentos científicos demostraron que puede haber una fuerza de vida fluyendo por el universo, algo que ha sido definido con diversos nombres, como conciencia colectiva o Espíritu Santo, que es como los teólogos la denominan. Ofrecieron una explicación plausible de muchas áreas en las que el ser humano ha tenido fe durante siglos ­aunque nunca ha contado con pruebas sólidas o descripciones adecuadas ­ desde la efectividad de la medicina alternativa y la oración hasta la vida después de la muerte. Nos ofrecían, por así decirlo, una ciencia de la religión.
A diferencia de la visión del mundo propuesta por Newton o Darwin, la suya es una visión que potencia la vida. Éstas son ideas que pueden fortalecernos, ideas que implican control y orden. No somos simples accidentes de la naturaleza. Hay propósito y unidad con relación a nuestro mundo y a nuestro lugar en él, y nosotros tenemos algo importante que decir. Lo que hacemos y pensamos importa: de hecho, nuestra participación es crucial en la creación de nuestro mundo.
Los seres humanos no estamos separados unos de otros.
Ya no cabe separación entre «nosotros y ellos». Ya no estamos en la periferia del universo mirando desde fuera. Podemos asumir nuestro justo lugar, volvemos a estar en el centro del mundo.
Estas ideas han sido motivo de deslealtades. En muchos casos estos científicos han tenido que librar una batalla en la retaguardia contra un mundo convencional que les es hostil. Sus experimentos atacan una serie de principios considerados sagrados que forman el núcleo mismo de la ciencia moderna. No encajan con la visión prevaleciente del mundo: el mundo como una máquina.
Reconocer estas nuevas ideas exigiría borrar buena parte de las creencias de la ciencia moderna y, en cierto sentido,volver a empezar desde cero. La vieja guardia no está dispuesta a ello. Como las nuevas ideas no encajan en su visión del mundo, deben de estar equivocadas.
Sin embargo, ya es demasiado tarde. La revolución es imparable. Los científicos mencionados son tan sólo algunos de los pioneros, unos pocos representantes de un gran movimiento.
Detrás de ellos hay muchos otros, cuestionando, experimentando, modificando sus visiones, involucrados en el trabajo en el que participan todos los verdaderos exploradores. En lugar de descartar esta información porque no encaja en la visión científica del mundo, la ciencia ortodoxa tendrá que empezar a adaptar su visión del mundo. Ya es tiempo de relegar a Newton y Descartes al lugar que les corresponde, al de profetas de una visión histórica que ahora ha sido sobrepasada.
La ciencia sólo puede ser un proceso de comprender nuestro mundo y de comprendernos a nosotros mismos, y no un conjunto fijo de reglas eternas. Con la llegada de lo nuevo, a menudo es necesario descartar lo viejo.
Ésta es la historia de esta revolución en ciernes. Como muchas revoluciones, empezó con pequeños brotes de rebelión que han ido acumulando fuerza e impulso individual ­una innovación en un área, un descubrimiento en otra­ más que ser un gran movimiento unificado de reforma. Aquí hablamos de hombres y mujeres que trabajan en laboratorios y, aunque son conscientes de la labor de los demás, a menudo les disgusta aventurarse más allá de la experimentación para examinar todas las implicaciones de sus descubrimientos, y no siempre disponen del tiempo necesario para comparar sus resulta dos con los de otros estudios científicos que van saliendo a la luz. Cada científico ha emprendido un viaje de descubrimiento, y cada uno de ellos ha descubierto una parcela de tierra, pero nadie ha tenido el atrevimiento de declararla un continente.
Éste representa uno de los primeros intentos de sintetizar estas investigaciones separadas en una totalidad coherente. Entre tanto, también proporciona validación científica a algunas áreas que durante mucho tiempo han sido dominio de las religiones, del misticismo, de la medicina alternativa o de la especulación de la Nueva Era.
Estos textos están dirigidos a hacer comprensibles nociones muy complicadas, a menudo teniendo que echar mano de metáforas que sólo representan una cruda aproximación a la verdad. A veces, las ideas radicalmente nuevas que se exponen exigirán paciencia, y no puedo garantizar que los textos serán fáciles de leer. Acostumbrados a pensar que todas las cosas del mundo están separadas, hay una serie de nociones que resultarán muy difíciles.
Sin embargo, es necesario que comencemos a avanzar por sobre la fragmentación anterior para comprender de qué forma SOMOS UNO.

*(Material resumido de los escritos de Lynne McTaggart)
**(Las partes resaltadas y en negritas no se encuentran resaltadas en el material original, son apreciaciones personales)


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